El joven de SM se computa
independiente por el micromundo insujetado que es este en el que vive y
estudia. No necesita represión y no hay policías. Los azules son
caracoles corruptos. El verdadero lugar es la calle. ''Más allá de SM
hay un mundo''. Tubos es el santuario incial, el simulacro de todo joven
sanmarquino. La calle es la confrontación sin armas de miradas bélicas,
que te meten chaira, y puedes morir si eres ganzo, si eres cojudo. La
frontera de la calle y SM es el punto de quiebre de nuestros potenciales
prontuarios. La adicción a SM es como la adicción a drogas cuyo
fundamento no es yerbateros.
Ahora es de noche y sudo frío. Mis manos gélidas cogen por el cuello al
tumulto de neuróticos céntricos, esos que salen como robots de los
bancos, o sus lugares de trabajo, y los desdibuja con ayuda de
las luces amarillas de los faros o de los postes en las calles
verticales u horizontales como sus caminantes mecanizados, el amarillo de la nostalgia, como el foco de una lámpara vieja o de amaneceres en las calles mojadas con personas ebrias sedientas de afecto. Llego hasta las esquinas balanceándome ''algo
perro, algo máquina, casi nada hombre'', pero solo ''algo'',
inevitablemente solo ''algo''. No soy más que un fugitivo, y las piezas que me
componen chillan y se tambalean, se llenan de trabas, pero el escribir
las engrasan para que sean engranajes del existir. Sí, engranajes en
última instancia, porque el pertenecer a este sistema- a un sistema- me
lleva a intentar sanarme volando como un pájaro que llena de mierda la
Iglesia San Francisco, aunque, siendo ya un ave, siempre me joda el
ruido del claxon o los cohetes en vísperas de navidad o de fiestas
patronales.
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