Todo se resume a escribir incluso sin motivos fundamentados. Es razonable que esta práctica demande un esfuerzo constante y perpetuo, sobretodo perpetuo porque el que opta por escribir verdaderamente debe hacerlo siempre (no a cada instante), y no romantizarse en el vivir para escribir cuya vigencia es fuerte entre los nóveles escritores, pero un poco desatinado por la diversidad de formatos en el cual plasmar nuestro despliegue sensorial matutino. Decía todo refiréndome a la carga diaria que nos oprime o libera, siempre en ese estado claroscuro de realidad, ya sea en forma de emociones, sentimientos o (des)motivaciones un tanto amorfas que intentamos aclarar o crearles un relieve concreto por donde puedan transitar. Elegir este formato impreso es la tendencia de los escritores noveles o experimentados, pues claro -dirán- es obvio y archivisible, juegan con el lenguaje, lo desdibujan o se transforman a través de él, es decir, adquieren su voz narrativa. Sin embargo, la escritura (al igual que la música) no se acaba con la edición, correción y posterior finalización de un texto ( o melodía), porque la representatividad que intentamos conseguir con ella se desplaya en un más-allá narrativo. Obviamente esta representatividad no es fortuita, sino fruto de la constancia al escribir, premio para el que coje un cuadernos todos los días y escribe, incluso, ¿sin motivos razonables suficientes? Veamos, cuando elegimos escribir por delante de otras formas de defogue metasensorial (ya no el solo hecho de sentir, sino de expresarlo en lo fáctico del mundo, ir un peldaño más arriba), se cae en la maquinación monoformática. Se cuestionarán ¿cómo lograr entonces la voz propia sin la perseverancia premeditada? Abogo pues por el profundo impacto de la música en nuestra interioridad, magistral penetradora de nuestro sistema cognitivo-conductual, estímulo suficiente para traducir los puntos espaciales interconectados de nuestra mente en el campo escritural. Hablo de la música como el órgano matriz de las sensaciones, como patrona predilecta, no la supeditada a las imágenes (artísticas o no) del cine o de las que nosotros atisbamos diariamente, sino de este ente orgánico con nuestro sistema sensorial. Escribir en todo caso debería pensarse como un medio, no como un fin; ser el vertedero de los residuos cognitivos que deja la música en su paso por un individuo con previo despojamiento de prejuicios musicales traducidos en la preferencia en la música como entretenimiento o el gusto por los soundtracks. Mi objetivo es pensar en la creación de una relación de correspondencia dinámica entre música y escritura, con la posibilidad abierta de elegir muchas otras que dejo de lado por desconocimiento. El efecto que ambas producen es la sugerencia de imágenes poéticas, pero las formas son distintas. Mientras la escritura nos perturba mediante un discurso coherente y delimitado, la música lo hace con solo sonidos efímeros que, pese a su aparente carencia de sustancialidad, deviene en sugerencias que traspasan lo narrativo o poético.
martes, 21 de octubre de 2014
jueves, 9 de octubre de 2014
apunte
La música puede generar representaicones mentales por su contextualización, es decir, por la etiqueta que coloca a ciertas experiencias que uno vive por haberla escuchado simultáneamente. Te transporta a la experiencia marcada por la música, pero no solo puede transportarte allí. La principal virtud de la música no está en ella, sino en la volubilidad, inconstancia o despliegue de la libertad sensorial del humano. La música no se debe supeditar al bombardeo de imágenes cotidianas (del cine o del día a día), ya es un hastío conocer tantos soundtracks. El órgano matriz sensorial de la vida es la música.
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